Nuestra salud depende, directa o indirectamente, del correcto funcionamiento y equilibrio de los microbios que viven en armonía con nosotros en nuestro interior. Múltiples enfermedades, como las que afectan al intestino, están relacionadas con el equilibrio en las poblaciones de estos pequeños seres vivos, lo que sugiere que su correcta restauración podría ayudar a tratar la enfermedad.

De este tipo de enfermedades destacan, por su prevalencia, las enfermedades inflamatorias intestinales (EII), siendo las más comunes la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn.

La colitis ulcerosa es una inflamación y ulceración de la pared interior del colon (intestino grueso) y del recto. La enfermedad de Crohn es también una inflamación, que puede estar localizada en cualquier parte del sistema digestivo (desde la boca hasta el ano), pero habitualmente ubicada en el extremo inferior del intestino delgado y el comienzo del intestino grueso (Figura 1). Los síntomas de estas patologías incluyen diarrea (algunas veces con sangre) y con frecuencia dolor abdominal, fatiga, y pérdida de apetito, entre otros. Ambas enfermedades son de carácter crónico y están inmunomediadas, es decir, el propio sistema inmune de la persona afectada ataca a sus propias células y tejidos porque los detecta como extraños, causando la inflamación. Esta circunstancia altera gravemente la capacidad para digerir los alimentos y absorber los nutrientes.

Actualmente, como aliado de tratamientos para múltiples enfermedades de este tipo, se usan muchos probióticos (alimentos o suplementos que contienen microorganismos vivos destinados a mantener o mejorar nuestra microbiota). Para diseñar un probiótico específico para las EII, se deben tener en cuenta muchos factores, entre los cuales el más importante es la capacidad para localizar el punto exacto de la inflamación para tratarla de forma directa y efectiva. Así pues, el investigador del Centro Ann Romney de Enfermedades Neurológicas en el Brigham, Francisco Quintana, y su equipo, utilizaron con este fin la levadura Saccharomyces cerevisiae (la misma que se usa para elaboración de una de las bebidas alcohólicas más populares del mundo: la cerveza) (Figura 2). En esta investigación, llamaron Y-bots (robots de levadura) a la levadura que modificaron genéticamente usando la tecnología CRISPR/Cas9. Esta levadura modificada era capaz de detectar la inflamación de los ratones del estudio y responder a ella secretando una enzima que puede degradar una molécula implicada en la inflamación. Con esta tecnología, el equipo obtuvo resultados muy prometedores, pero se deberán realizar estudios de seguridad para su futuro uso en personas.

Este innovador proyecto encabezado por el Dr. Quintana promueve el diseño de probióticos “teledirigido”, con el objetivo de crear medicamentos más personalizados, localizados y altamente controlados para tratar enfermedades. Esto es posible gracias a las herramientas de la biología sintética, que nos permite mejorar continuamente nuestras técnicas y tratamientos contra ciertas enfermedades presentes en nuestra población.